Manuel Arroyo, primer alcalde republicano de Santa Olalla. |
Quintín Sacristán. |
LA CONTROVERTIDA PROCLAMACION DE LA II REPÚBLICA EN SANTA OLALLA.
Capítulo II del libro "Santa Olalla en la II República y Guerra Civil", aún sin editar.
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 significaron el fin de la monarquía de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República en España. Tanto los monárquicos como los republicanos se encontraron con una situación imprevisible para ellos mismos porque la convocatoria electoral se había convertido en un plebiscito acerca del régimen político: monarquía o república; algo que en principio no estaba previsto.
Más que una corriente de opinión, el republicanismo parecía una epidemia política que no se detenía ante nada ni ante nadie. Concejales y alcaldes monárquicos, empresarios, artísticas, toreros, escritores, por aquello de seguir la moda, decían beber los vientos de la república. La perplejidad y el vértigo del cambio político llevaron a la clase más conservadora a buscar soluciones audaces e imaginativas, como ocurriera en Santa Olalla con la familia Sacristán.
El empresario de la construcción, Quintín Sacristán, gozaba de un gran prestigio en este sector industrial. Su grupo empresarial, que competía a nivel nacional con otras grandes sociedades, desplazaba semanalmente desde Santa Olalla a Madrid más cien obreros locales que edificaban viviendas castrenses, iglesias o conventos en la capital. Esta saga estaba muy bien relacionada con la aristocracia, la burguesía y el clero. Había logrado licencias, a nivel nacional, para construir viviendas de militares en toda España, merced al apoyo que le dispensaba el general Saro.
Sin embargo, todo cambiará con la instauración de la Segunda República en 1931. Cuantos contratos castrenses que le habían sido adjudicados fueron suspendidos por el nuevo gobierno republicano. Las edificaciones ya iniciadas en Zaragoza y Valencia quedaron paralizadas, y la boyante empresa daría en quiebra, con la consiguiente repercusión laboral entre los obreros de la villa.
Vivió Santa Olalla una azarosa y convulsiva proclamación de la Segunda República motivada por las ansias de ostentar el poder. Por una parte, el último alcalde monárquico, Pedro Hierro; por otra del moderado Manuel Arroyo, apoyado por la poderosa familia Sacristán, y por ultimo, la candidatura republicano-socialista, con Lorenzo Navarro a la cabeza.
En realidad, en los pueblos pequeños las elecciones no tuvieron un marcado cariz político, sino más bien administrativo. De ahí que en muchos ayuntamientos los concejales fueran nombrados por el artículo 29 de la ley electoral. Se presentaban igual número de candidatos que de concejales correspondían al municipio y ya no era necesario votar.
Fueron semanas de transición hacía la normalidad política, sin saber muy bien en qué podría consistir aquel cambio de régimen. Ante el vacío de poder creado, como ocurriera en gran parte de las zonas rurales de toda España, tras la impugnación de las primeras elecciones municipales, el bastón de mando del Ayuntamiento de Santa Olalla fue detentado por los grupos políticos citados que se lo arrebataban uno a otro, casi de manera clandestina. Ocurrió que el gobernador publicó una orden, siguiendo instrucciones recibidas del Gobierno de la República, para que en las localidades donde se hubieran falseado las elecciones municipales, deberían ser impugnadas en un determinado plazo. Y al igual que Santa Olalla, en más de setenta localidades toledanas, que impugnaron el resultado, se repitieron elecciones el día 31 de mayo de 1931. Por ello, en este espacio de tiempo, de abril a mayo, todos querían entrar en la Corporación, aunque fuera provisionalmente para manejar los resortes de la política municipal y salir con ventaja en los siguientes comicios.
A los pocos días después de la celebración de los citados sufragios del mes de abril, el antiguo alcalde monárquico, Pedro Hierro, entregó el gobierno del Ayuntamiento, que ostentaba a través del artículo 29 de la ley electoral, a “un grupo de obreros socialistas que se personaron en el Consistorio con una orden del gobernador civil”, según reza el libro de actas.(1) Pero el grupo Manuel Arroyo y Quintín Sacristán no quedaron conformen con esa designación provisional y buscaron auxilio en el alcalde de Toledo, José Ballester, líder provincial del Partido Republicano Radical Socialista, y en amigos militares de alta graduación afincados en Madrid.
El grupo de Sacristán preparó un “desembarco” multitudinario llegado en camiones desde Madrid, con baile y fuegos artificiales en la plaza. Así, Manuel Arroyo Fernández fue proclamado alcalde de manera provisional, a la espera de la celebración de los nuevos comicios del 31 de mayo de 1931. El periódico católico El Castellano, políticamente más afín a la candidatura de la familia Hierro que a socialistas y Sacristanes, difundió la noticia a través de la siguiente reseña:
Se dio aviso a la Guardia Civil de Santa Cruz de Retamar, al ver pasar a tres camiones ocupados por obreros de Santa Olalla, y que se encuentran trabajando en Madrid para la sociedad constructora Sacristán hermanos. Salió la Benemérita a las afueras de esta localidad, adonde llegaron en primer término don Quintín Sacristán Fuentes, don Ramiro Irazábal y otro señor que manifestó ser comandante del Estado Mayor, exhibiendo su carnet. Dijo que traía orden de la superioridad para que se entregara el mando del Ayuntamiento a los convecinos, don Manuel Arroyo, don Félix Sánchez Caro y don Jacinto Muñoz. Cuando esto sucedía, se aproximaron los camiones citados, descendiendo unos 80 hombres, que fueron registrados uno por uno, sin encontrarles armas. Como su aptitud era pacífica se les permitió la entrada al pueblo, que hicieron por distintas calles. Los nuevos representantes del Municipio organizaron un baile en la plaza pública, disparando unos veinte cohetes en plan de diversión, hasta que a media noche se retiraron a sus domicilios.(2)
En las fechas que transcurren entre el 13 de abril y el 31 de mayo, las fuerzas políticas se echaron a la calle y removieron a las masas para ser elegidos en las nuevas, y definitivas, elecciones con un punto de mira: gobernar el Ayuntamiento.
En aquella segunda campaña electoral, Alonso, Villarrubia y Muñoz, líderes socialistas toledanos, dieron un mitin el primero de mayo en Santa Olalla. Parece ser que aquel acto intentó ser boicoteado y los incidentes fueron recogidos por la prensa provincial socialista:
Lo que ocurre en Santa Olalla es intolerable. Allí, sin duda por una mala información, se había nombrado para la Comisión a elementos que en las últimas elecciones se presentaron como monárquicos. Pero no conformes con esto, seguían empleando todos los viejos y ruines procedimientos caciquiles a que estaban acostumbrados durante el régimen monárquico. El citado mitin se celebró en presencia de cuatro o cinco serenos armados con carabinas, que sin duda eran del célebre Pedro Hierro. Por otra parte, el alcalde Manuel Arroyo, elemento a las órdenes del nuevo republicano Sacristán Fuentes, trató de impedir la celebración del acto. Y no conformes aún, los señores caciques de Santa Olalla, se ocuparon de pagar a un numeroso grupo de pobres gentes para insultar a los oradores. Aunque a pesar de todo, el acto se celebró, porque, felizmente en estos tiempos, todas las actuaciones caciquiles, para impedirlos, son aguijonazos de mosquitos o, cuando más, coces de burros que no llegan a quien van dirigidas. ¡ Enhorabuena, señores sacristanes sin parroquia! (3)
Antes de celebrarse los comicios del 31 de mayo de 1931, Quintín Sacristán se desplazó desde su residencia en Madrid hasta Santa Olalla. Comenzó su campaña electoral, para la candidatura de su socio Manuel Arroyo, que ya ejercía de alcalde en funciones, con un acto público que contó con una multitudinaria presencia de sus paisanos en la plaza de la localidad. Así resumía la prensa provincial el discurso del empresario:
En su turno de oradores, Quintín Sacristán ofreció para los más necesitados del pueblo una finca con quinientas fanegas para que fueran distribuidas en parcelas y explotadas por pequeños propietarios. Les instó a que formasen un Sindicato agrario con una caja de resistencia y se ofreció a ellos como trabajador e hijo del pueblo por quien en todo momento está dispuesto a dar su vida. Como se sabe, el pueblo quiso dar su nombre a una calle de la localidad, pero el orador agradecía más que fuera conservado el recuerdo de su nombre, allá en el fondo de sus almas.(4)
Sin duda el periodista del artículo citado se refería a la finca Salamanquilla que Quintín Sacristán y Manuel Arroyo acaban de adquirir hacía menos de un año tras la conflictiva herencia de doña Elisa. Pero las promesas electorales de repartir la tierra entre pequeños propietarios fueron pura demagogia. Una vez celebrados los comicios, que a continuación narramos y conseguidos los propósitos perseguidos con la oferta, no hubo reparto de tierra alguna.
El resultado de las nuevas elecciones del 31 de mayo de 1931 abrieron la puerta de la alcaldía a Manuel Arroyo, que ya sí fue elegido popularmente, representando al Partido Republicano Radical Socialista. Sin duda, la buena relación que la familia Sacristán mantenía con el líder provincial de dicha formación política, José Ballester, alcalde de Toledo, les animó para afiliarse a la misma y poder defender mejor sus intereses empresariales.
El citado periódico toledano se equivocó porque las nuevas elecciones del 31 de mayo de 1931 llevaron al Consistorio a Manuel Arroyo, que fue elegido ya, de manera democrática. Su futura trayectoria política al frente del pueblo le quitó la razón al rotativo del Arzobispado. Manuel Arroyo no “fue un elemento a las órdenes de nadie”. Con acierto y moderación gobernó el Ayuntamiento de Santa Olalla, desde el 31 de mayo de 1931 hasta el 12 de junio de 1934. Pertenecía al Partido Republicano Radical Socialista, que a pesar de su nombre era moderado.
Sin apenas tiempo de haber superado tanto sobresalto, el día 20 de junio de 1931, ocurrieron unos sucesos que marcaron negativamente el devenir de este periodo republicano en Santa Olalla. Al caer la tarde, una gran manifestación popular se disponía a recibir a sus paisanos, Serafín y Quintín Sacristán Fuentes que viajaban desde Toledo, en compañía del alcalde de la capital, José Ballester. Las elecciones a Cortes Constituyentes del día 28 de junio de 1931 estaban próximas y este candidato intensificaba su campaña por los pueblos. Su trabajo se vio recompensado días después con su elección como diputado por Toledo.
Una multitud de más de 600 santaolalleros, con banderas y banda de música, salieron a recibirles. Caminaron por la carretera de Madrid hasta casi un kilómetro, en dirección a la localidad de Maqueda. Cuando el vehículo que transportaba a los políticos llegó hasta donde estaba la muchedumbre, se apearon sus ocupantes, entre vítores y aclamaciones, para dirigirse todos juntos de vuelta al centro de la villa donde estaba planificado un mitin que nunca llegó a celebrarse.
El ruido de la música, los gritos de niños y mayores, las canciones y eslóganes electorales, impidieron oír el ronco ruido de un motor que se acercaba y les embestiría por detrás. Una camioneta de transporte, cargada de pellejos con vino, “circulaba a una velocidad excesiva”, en opinión de abogado y testigo presencial de los hechos, Félix Sánchez Caro. El conductor se azaró con los gritos y en vez de pisar el freno, insistió con el acelerador. La máquina se detuvo cuando la inmovilizaron los cuerpos atropellados. El resultado fue de cuatro muertos y más de una veintena de heridos. En opinión del alcalde Manuel Arroyo, del presidente de la Sociedad Obrera “La Palanca” y de otras personalidades del pueblo que presenciaron los hechos, fue el exceso de velocidad la causa primera de la catástrofe, así como la poca luz natural existente a esas horas del día.
El ocupante Jacinto Martín manifestó que al llegar a una pequeña curva, advirtieron que habían arrollado a un grupo de personas. Intentaron abrir las puertas, pero una multitud se les echó encima con navajas, cornetas, banderas y todo tipo de objetos punzantes.
El terror de la multitud fue indescriptible y “de pronto la indignación se acrecienta cuando se oyen voces de que aquello ha sido preparado por enemigos políticos de la localidad. Un grupo de exaltados se arrojó sobre el camión y después de sacar a su conductor lo acribillan a puñaladas...”, narraba el diario católico El Castellano.
La Guardia civil condujo al conductor, agonizante, hasta una posada a la entrada del pueblo, donde falleció. También, uno de los acompañantes resultó gravemente herido. El tercero huyó campo a través y se entregó posteriormente a la Benemérita del puesto de Torrijos.
Días después, el director general de Seguridad, el torrijeño señor Gallarza, manifestó a los periodistas que había recibido la visita del señor Sacristán. Le transmitió su preocupación por la excitación existente en el vecindario. Como se culpaba a ciertos vecinos de ser los inductores del desgraciado suceso, temía que se produjeran nuevos incidentes. Para clarificar la situación envió a tres de sus agentes a realizar una exhaustiva investigación. Se personaron en el hospital de Toledo para interrogar al ocupante de la camioneta, Jacinto Martín Cabra, confirmando la veracidad de que los hechos no fueron planificados. Éste tampoco conocía a los hipotéticos inductores, Julio Hierro Abad, Pedro Muñoz y Ernesto de la Vega. Las investigaciones concluyeron con la averiguación de que el señor Hierro se encontraba en Toledo el día que ocurrieron los hechos visitando a un hijo que allí tenía estudiando. Por su parte, el señor Muñoz se encontraba el día de autos en Madrid gestionando la apertura de una carnicería.
El número de heridos ascendió a casi una treintena, entre los que se encontraba Quintín Sacristán que fue trasladado a Madrid con lesiones en ambos muslos y perdida severa de piel. En el momento del atropello iba del brazo del alcalde de Toledo, y un empujón del santaolallero evitó otro posible herido en la persona del primer edil. Tanto el gobernador civil, señor Botella, como el presidente de la diputación, el médico torrijeño señor Fiscer hicieron acto de presencia. Nada más llegar ordenaron que el cadáver del conductor fuera trasladado al depósito judicial. Después se trasladaron al domicilio de la fallecida Primitiva López Alarcón, esforzándose en calmar al colérico padre de la joven que quería tomarse la justicia por su mano contra los supuestos implicados. Regresaron a Toledo de madrugada, una vez comprobado que los ánimos estaban más calmados.
Tanto en Santa Olalla como en las poblaciones cercanas los ánimos estaban un poco soliviantados, por ello el alcalde Manuel Arroyo publicó el siguiente bando:
Que vistas las causas de la terrible desgracia, y llegados a mí los murmullos y versiones que circulan por mi querido pueblo, pido serenamente que ayuden a las autoridades a conservar el orden que tanto se quiere y desea. Se acaben de una vez los rencores que puedan existir. Ha llegado la hora de que todos, absolutamente todos, sin distinción de clases, debemos evitar más desgracias. De no ser así, en días muy cercanos podrá ocurrir otra nueva. No creáis que nadie de este pueblo ha sido capaz de aconsejar un hecho tan lamentable como el ocurrido. Si el mitin anunciado se hubiera celebrado a su hora, 8 de la tarde, a las 10 h. hubiera terminado el acto, y lejos de donde ocurrieron los hechos, nada hubiera acontecido, pues sólo la fatalidad trajo esta desgracia. ¡Habitantes de Santa Olalla! Acudo a vosotros para que contribuyáis a socorrer a las víctimas con la iniciativa tomada por el digno gobernador de esta provincia. Os repito a todos, tranquilidad, unión y cordura. Santa Olalla a 23 de junio de 1931.
Durante varios días Santa Olalla estuvo tomada por 32 guardias civiles comandados por dos tenientes. También vinieron agentes de la policía llegados de Madrid para esclarecer los hechos y averiguar la autoría de los individuos que mataron al conductor. El juez de Instrucción de Escalona, Eugenio Moro, se desplazó personalmente al lugar de los hechos para instruir diligencias y detener a los autores de la muerte del conductor, circunstancia esta que no se llegó a producir nunca.
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1. Libro de actas del Ayuntamiento de Santa Olalla, sesión 20 de abril de 1931.
2. El Castellano, 21 de abril 1931.3.- El Heraldo Toledano, número 4.177.
4.- El Castellano, 21 mayo 1931
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