Prisioneros. Foto tomada de la Biblioteca Nacional de Madrid. |
FINAL DE LA GUERRA-
La mayoría de los soldados republicanos derrotados volvieron a sus
casas, creyendo que no habría represalias. Franco advirtió que solo serían
juzgados los implicados en delitos de sangre, pero lo cierto es que nada más
llegar a sus pueblos, gran parte de los derrotados fueron recluidos en cárceles
municipales (escuelas, conventos, viejas fábricas o almacenes); después serían
trasladados a las prisiones provinciales. Así lo narró en su libro
autobiográfico el santaolllaero Vicente González Gómez, soldado del Ejército
republicano y después cabo de la Guardia Civil en la posguerra, tras su regreso
a Santa Olalla en aquel año de 1939:
“Al llegar a la estación de
ferrocarril de Carmena comprobé que estaba patrullada por falangistas. Como
tenía la conciencia tranquila, no tuve miedo; aunque venía de perder la
contienda en el otro bando. Caminé los seis kilómetros que separan el apeadero de
Santa Olalla y sentí una profunda nostalgia cuando pasé por la puerta del
cementerio. Al llegar a casa me encontré con toda mi familia y nos fundimos en
un abrazo. Los primeros meses no pude trabajar porque estaba enfermo con anemia
y tuberculosis, pero mi primo Serapio me ayudó y sobreviví con la caza furtiva
en el campo. El recibimiento que nos hicieron en el cuartel de la Guardia Civil
de Santa Olalla, tanto a mi amigo Teodoro, El
Sabido, como a mí, fue poco afectuoso: "¿Venís aquí para que os
firmemos un papelito de antecedentes de buenos chicos cuando sois más malos que
Judas?", nos dijo malhumorado el cabo de la Benemérita cuando les
solicitamos un certificado de antecedentes penales para ingresar en el ejército
de la Nueva España. Todo acabó en una gran paliza a mi compañero Teodoro, sin
motivo alguno, que le obligó a guardar cama durante algunos días. Como éste
había simpatizado con los rojos, aunque era muy buena persona, no le entregaron
el documento que buscaba. En cambio, yo sí lo recibí porque mi familia nunca
estuvo significada políticamente. Pero como no me pareció ético lo que acababa
de ocurrir, no utilice el documento de buena conducta para enrolarme en el
ejército y esperé unos meses más para acudir por mi quinta”.
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